Antonio Miguel Nogués Pedregal

©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2021)
Publicado en The Conversation, lunes 5 de julio de 2021

De ciencias o de letras cual es la diferencia

Es una pregunta que no solo se hacen los bachilleres cuando tienen que elegir su futuro: ¿Tú eres de ciencias o de letras? se oye también en muchos ámbitos profesionales.

La respuesta corta sería que unas se esfuerzan por explicar los fenómenos físicos y naturales y las otras por comprender qué hacen los seres humanos. Ambas son modos de entender el mundo en que vivimos y pretenden, con ese conocimiento, hacer cosas que mejoren la calidad de vida: desde un túnel que atraviese una montaña, hasta componer una bella canción que alegre el día. O desde fabricar una vacuna contra una pandemia, hasta proponer soluciones a conflictos políticos.

Esta dualidad, aunque nace en el XIX, se rastrea en la Antigüedad clásica. Recordemos que el origen de la universidad europea se encuentra en los studia generalia medievales. Por ejemplo, la Studium Generale de Palencia, que fue la primera universidad en España, nace en 1212. Estos estudios generales eran centros auspiciados por papas, reyes o emperadores, donde se impartía una enseñanza basada en las siete artes liberales. Por un lado, la gramática, la dialéctica (o lógica) y la retórica (trivium), que sientan las bases de la comunicación humana. Por otro lado , la aritmética, la geometría, la astronomía y la música (quadrivium), que desarrollan las relaciones numéricas en el espacio y el tiempo. Aquellos que querían, podían continuar en una facultad superior (derecho, medicina o teología) donde se les facultaba para ejercer la profesión.

Aunque no hay una relación semántica entre los términos universitas (asociación, consorcio) y universale, la universidad europea tuvo una vocación universal desde sus inicios. De hecho, gracias a que la lengua de enseñanza era el latín, y esta resultaba igual de extranjera para todos, los estudiantes tenían orígenes geográficos y lingüísticos muy variados. Además, los egresados obtenían una licentia ubique terrarum que les facultaba para ejercer su profesión en cualquier parte.
Los studia generalia estaban permeados de un fuerte componente teológico, pero este se debilitó cuando la Reforma luterana desveló otras formas de mirar y entender el mundo. Asimismo, la reivindicación de las lenguas vernáculas como lenguas válidas para el conocimiento relegó al latín, y provocó la homogeneización en la procedencia cultural de los estudiantes.

La renuncia a los fundamentalismos religiosos católicos y protestantes (Universidad luterana de Halle (1694)) favoreció los descubrimientos científicos y el avance tecnológico de los siglos XVII y XVIII en Europa. A lo largo del XIX el modelo alemán de universidad se impuso en el mundo. Los planes de estudios se secularizaron y los planteamientos de naturaleza más filosófica dejaron paso al conocimiento contrastable y la experimentación. Pocos defendían la utilidad de una formación en artes liberales para una sociedad que se industrializaba y tecnificaba de manera tan acelerada. La visión universalista de la universidad y también del conocimiento global que esta debía proporcionar a sus estudiantes se resquebrajó.

¿Dónde estriba la diferencia?

Grosso modo la distinción es la misma que existe entre el análisis predictivo y el arte de la interpretación de significados. La misma que hay entre un análisis que aspira a encontrar causalidades recurrentes en los procesos físico-naturales para predecir un resultado, y una interpretación que aspira a encontrar tendencias de sentido en los hechos humanos para comprender los procesos sociales. Dicho de otra manera: entre explicar por qué cae una piedra y comprender por qué alguien la lanza.

Este contraste influye en el tipo de datos que se necesitan para entender un hecho (la caída) u otro (el lanzamiento). En las técnicas que se utilizan para recopilar y hacer hablar a los datos, y que cuenten qué y por qué ocurre lo que pasa. En la capacidad para predecir (ciencias) o prever (letras) lo que puede ocurrir y, llegado el caso, proponer una solución.

Hay un aspecto fundamental que diferencia ambos modos del conocer. Se trata del contexto; es decir, del cuándo y dónde suceden las cosas. En el caso de las ciencias, el contexto es más o menos controlable y la delimitación de las variables depende de las capacidades tecnológicas y financieras; ahí están los experimentos de laboratorio como evidencia. Sin embargo, en las letras el contexto es ab-so-lu-ta-men-te incontrolable; ahí están las encuestas para demostrarlo.

Mientras que las ciencias investigan relaciones de causalidad que responden a leyes físico-naturales que trascienden el espacio-tiempo, las relaciones que estudian las letras son de significación y sentido; que sepamos, no responden a ninguna ley ni principio trascendente.

Es decir, mientras aquéllas son necesarias y ocurren siempre que se dan las circunstancias apropiadas –lo que explica esa fe ciega en la asepsia de los algoritmos—, éstas responden a factores que siempre dependen de su contexto histórico y, por tanto, demandan un pensamiento basado en la intuición interpretativa. Ahí está una ciencia mixta como la economía que –de todos es sabido— es una excelente forma de explicar las crisis una vez que han sucedido.

Así pues, la posibilidad que hay de controlar el contexto es fundamental para entender el contraste entre ciencias y letras y las problemáticas teórico-metodológicas tan dispares que enfrentan. Si se puede controlar el contexto –revestido de variables–-, se puede reproducir el mismo hecho cuantas veces lo permita el presupuesto, así como contrastar y verificar todas las posibilidades y respuestas.

Si no se puede controlar el contexto, entonces no se puede reproducir el mismo hecho, así que solo es posible estudiarlo mientras sucede y, comparándolo con otro similar, encontrar alguna tendencia que ayude a comprender mejor el proceso general. Por esta razón, mientras las ciencias pueden aspirar a una objetividad avalorativa, las letras deben aspirar a la honestidad como valor máximo.

Sin embargo, la realidad demuestra que la frontera no es tan clara. Muchas investigaciones tienen un pie en cada modo. Son innumerables los ejemplos que demuestran que la eficacia de una excelente vacuna o de un prometedor plan de desarrollo territorial o de pacificación regional dependen, siempre, de debates sobre lo justo, lo deseable o lo legítimo; es decir, de acciones y decisiones humanas contextualizadas.

Falsas creencias

La falsa creencia en la superioridad científica y mayor utilidad de un modo del conocer sobre el otro solo ha provocado una sordera que no ha beneficiado a nadie. Pensadores como Charles Snow en su conferencia Las dos culturas (1959), Edgar Morin con el desarrollo del pensamiento complejo (1982) o Basarab Nicolescu y la transdisciplinariedad (1996), han denunciado la compartimentación disciplinaria del conocimiento y reivindican la necesidad de reconectar ambos modos para comprender de manera holística la intricada densidad de la realidad.

¿A usted qué le interesa más saber, por qué cae la piedra o por qué la han lanzado? En un mundo interrelacionado, incierto y sobresaturado de información la respuesta correcta no debe ser otra que ambas.

Por esta razón, aunque la diferencia ontológica no pueda desaparecer, sí debemos procurar su eliminación de los currículos académicos.

©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2021)
Publicado en The Conversation, lunes 5 de julio de 2021

De ciencias o de letras cual es la diferencia

Es una pregunta que no solo se hacen los bachilleres cuando tienen que elegir su futuro: ¿Tú eres de ciencias o de letras? se oye también en muchos ámbitos profesionales.

La respuesta corta sería que unas se esfuerzan por explicar los fenómenos físicos y naturales y las otras por comprender qué hacen los seres humanos. Ambas son modos de entender el mundo en que vivimos y pretenden, con ese conocimiento, hacer cosas que mejoren la calidad de vida: desde un túnel que atraviese una montaña, hasta componer una bella canción que alegre el día. O desde fabricar una vacuna contra una pandemia, hasta proponer soluciones a conflictos políticos.

Esta dualidad, aunque nace en el XIX, se rastrea en la Antigüedad clásica. Recordemos que el origen de la universidad europea se encuentra en los studia generalia medievales. Por ejemplo, la Studium Generale de Palencia, que fue la primera universidad en España, nace en 1212. Estos estudios generales eran centros auspiciados por papas, reyes o emperadores, donde se impartía una enseñanza basada en las siete artes liberales. Por un lado, la gramática, la dialéctica (o lógica) y la retórica (trivium), que sientan las bases de la comunicación humana. Por otro lado , la aritmética, la geometría, la astronomía y la música (quadrivium), que desarrollan las relaciones numéricas en el espacio y el tiempo. Aquellos que querían, podían continuar en una facultad superior (derecho, medicina o teología) donde se les facultaba para ejercer la profesión.

Aunque no hay una relación semántica entre los términos universitas (asociación, consorcio) y universale, la universidad europea tuvo una vocación universal desde sus inicios. De hecho, gracias a que la lengua de enseñanza era el latín, y esta resultaba igual de extranjera para todos, los estudiantes tenían orígenes geográficos y lingüísticos muy variados. Además, los egresados obtenían una licentia ubique terrarum que les facultaba para ejercer su profesión en cualquier parte.
Los studia generalia estaban permeados de un fuerte componente teológico, pero este se debilitó cuando la Reforma luterana desveló otras formas de mirar y entender el mundo. Asimismo, la reivindicación de las lenguas vernáculas como lenguas válidas para el conocimiento relegó al latín, y provocó la homogeneización en la procedencia cultural de los estudiantes.

La renuncia a los fundamentalismos religiosos católicos y protestantes (Universidad luterana de Halle (1694)) favoreció los descubrimientos científicos y el avance tecnológico de los siglos XVII y XVIII en Europa. A lo largo del XIX el modelo alemán de universidad se impuso en el mundo. Los planes de estudios se secularizaron y los planteamientos de naturaleza más filosófica dejaron paso al conocimiento contrastable y la experimentación. Pocos defendían la utilidad de una formación en artes liberales para una sociedad que se industrializaba y tecnificaba de manera tan acelerada. La visión universalista de la universidad y también del conocimiento global que esta debía proporcionar a sus estudiantes se resquebrajó.

¿Dónde estriba la diferencia?

Grosso modo la distinción es la misma que existe entre el análisis predictivo y el arte de la interpretación de significados. La misma que hay entre un análisis que aspira a encontrar causalidades recurrentes en los procesos físico-naturales para predecir un resultado, y una interpretación que aspira a encontrar tendencias de sentido en los hechos humanos para comprender los procesos sociales. Dicho de otra manera: entre explicar por qué cae una piedra y comprender por qué alguien la lanza.

Este contraste influye en el tipo de datos que se necesitan para entender un hecho (la caída) u otro (el lanzamiento). En las técnicas que se utilizan para recopilar y hacer hablar a los datos, y que cuenten qué y por qué ocurre lo que pasa. En la capacidad para predecir (ciencias) o prever (letras) lo que puede ocurrir y, llegado el caso, proponer una solución.

Hay un aspecto fundamental que diferencia ambos modos del conocer. Se trata del contexto; es decir, del cuándo y dónde suceden las cosas. En el caso de las ciencias, el contexto es más o menos controlable y la delimitación de las variables depende de las capacidades tecnológicas y financieras; ahí están los experimentos de laboratorio como evidencia. Sin embargo, en las letras el contexto es ab-so-lu-ta-men-te incontrolable; ahí están las encuestas para demostrarlo.

Mientras que las ciencias investigan relaciones de causalidad que responden a leyes físico-naturales que trascienden el espacio-tiempo, las relaciones que estudian las letras son de significación y sentido; que sepamos, no responden a ninguna ley ni principio trascendente.

Es decir, mientras aquéllas son necesarias y ocurren siempre que se dan las circunstancias apropiadas –lo que explica esa fe ciega en la asepsia de los algoritmos—, éstas responden a factores que siempre dependen de su contexto histórico y, por tanto, demandan un pensamiento basado en la intuición interpretativa. Ahí está una ciencia mixta como la economía que –de todos es sabido— es una excelente forma de explicar las crisis una vez que han sucedido.

Así pues, la posibilidad que hay de controlar el contexto es fundamental para entender el contraste entre ciencias y letras y las problemáticas teórico-metodológicas tan dispares que enfrentan. Si se puede controlar el contexto –revestido de variables–-, se puede reproducir el mismo hecho cuantas veces lo permita el presupuesto, así como contrastar y verificar todas las posibilidades y respuestas.

Si no se puede controlar el contexto, entonces no se puede reproducir el mismo hecho, así que solo es posible estudiarlo mientras sucede y, comparándolo con otro similar, encontrar alguna tendencia que ayude a comprender mejor el proceso general. Por esta razón, mientras las ciencias pueden aspirar a una objetividad avalorativa, las letras deben aspirar a la honestidad como valor máximo.

Sin embargo, la realidad demuestra que la frontera no es tan clara. Muchas investigaciones tienen un pie en cada modo. Son innumerables los ejemplos que demuestran que la eficacia de una excelente vacuna o de un prometedor plan de desarrollo territorial o de pacificación regional dependen, siempre, de debates sobre lo justo, lo deseable o lo legítimo; es decir, de acciones y decisiones humanas contextualizadas.

Falsas creencias

La falsa creencia en la superioridad científica y mayor utilidad de un modo del conocer sobre el otro solo ha provocado una sordera que no ha beneficiado a nadie. Pensadores como Charles Snow en su conferencia Las dos culturas (1959), Edgar Morin con el desarrollo del pensamiento complejo (1982) o Basarab Nicolescu y la transdisciplinariedad (1996), han denunciado la compartimentación disciplinaria del conocimiento y reivindican la necesidad de reconectar ambos modos para comprender de manera holística la intricada densidad de la realidad.

¿A usted qué le interesa más saber, por qué cae la piedra o por qué la han lanzado? En un mundo interrelacionado, incierto y sobresaturado de información la respuesta correcta no debe ser otra que ambas.

Por esta razón, aunque la diferencia ontológica no pueda desaparecer, sí debemos procurar su eliminación de los currículos académicos.