Antonio Miguel Nogués Pedregal

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Reportaje de Sara Polo

©/2 Antonio Miguel Nogués Pedregal (2011)

 

El pasado miércoles 13 de abril de 2011 la periodista y redactora del Suplemento G/U/Campus de El Mundo Sara Polo publicó un reportaje titulado «El Plan Bolonia a examen. Profesores y alumnos denuncian graves desajustes». Para elaborar dicho artículo, y a raíz de una serie de dos artículos que había leído en este mismo blog, la periodista me envió cuatro preguntas que le contesté por escrito. Estas fueron mis respuestas in extenso:

1. ¿Supone la división de la organización académica en áreas del conocimiento un avance o un retroceso respecto a la situación anterior?

Bueno, respecto a la primera pregunta, veo que no me expliqué demasiado bien en el texto que te trajo hasta mí. La organización académica del profesorado universitario en áreas de conocimiento es bastante anterior a Bolonia y, en su día, sirvió para una universidad que incrementaba su número por toda España, que mantenía la estratificación social del periodo tecnocrático, y que se consolidaba como la guardiana de un conocimiento que era más teórico que práctico y más jerárquico que complementario. De ahí que la clase magistral fuese la principal metodología de enseñanza, que el profesorado estuviese agrupado en estamentos y que existieran carreras medias y superiores, o que las materias disfrutasen de distinta consideración y prestigio… Esta fatal combinación de factores imposibilitó que apareciese en España una comunidad intelectual importante, convirtió a las áreas de conocimiento en pesebres donde se estabuló al profesorado, y extendió la mediocridad clientelar gracias a un sistema de reclutamiento basado en la endogamia: un cóctel que ha provocado el estancamiento general que continuamos pagando.

En este sentido, el necesario y gran aporte de Bolonia es que retoma aquella antigua reivindicación de hacer de la universidad española un centro donde convivan la investigación, la crítica y el servicio público, un espacio donde se promueva la historia, se muestren los hechos incómodos que nos rodean, y se prepare al estudiante para el ejercicio responsable de actividades profesionales. Es decir, Bolonia demanda que se impartan unos conocimientos más prácticos que teóricos y más complementarios que jerárquicos. Y está muy bien, pero es imposible hacerlo a coste cero y sin modificar estos cortijos académicos cerrados y jerárquicos que llamamos área de conocimiento y que, todavía hoy, mantienen de facto el monopolio del reclutamiento del profesorado y de los contenidos que se imparten en las asignaturas. Dicho de otro modo, para ejecutar Bolonia es imprescindible encontrar una manera de vincular profesores, asignaturas y contenidos que dificulte la endogamia y que no perjudique la docencia: si conseguimos al menos esto último, habremos recorrido una buena parte del camino. Porque aunque la respuesta deba ser ministerial, no tengo duda de que la primera universidad pública que aplique una nueva ordenación académica adquirirá una excelente ventaja competitiva y un buen posicionamiento en el mercado.

2. ¿Qué hemos mejorado con el nuevo plan? ¿Qué hemos de mejorar?

Sin duda es demasiado pronto para hacer un juicio sensato sobre los resultados de Bolonia en España. La Universidad española es una maquinaria demasiado pesada con gravísimos problemas de financiación y unas estructuras académicas anquilosadas que hacen que cualquier propuesta innovadora encuentre muchos, demasiados, obstáculos.

Bolonia, tanto para los que estábamos a favor como para los que estábamos en contra, ha conseguido que se debata sobre nuestra actividad y papel en la sociedad que da sentido a nuestra existencia. En este sentido Bolonia es muy positivo. La Universidad estaba anclada y absorta en sí misma y el debate ha servido para contaminar muchas conciencias. Así, por ejemplo, el diseño de los nuevos planes de estudio nos ha acercado, a veces de manera más formal que otra cosa, a la sociedad civil en forma de reuniones con empresas, colegios y asociaciones profesionales. Yo he visto que muchos profesores se han cuestionado la validez de su conocimiento tras preguntarse sobre la utilidad de lo que enseñaban a los estudiantes. Y la reflexión crítica supone, como sabe cualquier universitario, el primer paso para poder construir algo nuevo. En este sentido Bolonia ha provocado un ejercicio intelectual de primer orden.

Desgraciadamente, debido a la estructura académica que he comentado, y en espera de los resultados que habrán de venir cuando se tengan que verificar los grados, la oferta académica no es tan diferente de la que había. No ya porque la propia estructura de 4+1 nos sigue sin acercar a una Europa en la que predomina el 3+2, sino porque los contenidos que se imparten y las formas de hacerlo no han cambiado en esencia. La perversión del sistema de áreas académicas y el reparto de poder derivado de éste, ha hecho que materias puramente instrumentales (por ponerte un ejemplo, digamos contabilidad financiera) estén presentes en grados para los que no tiene ninguna utilidad tan solo porque el sistema de reclutamiento ha sobredimensionado a ciertas áreas; por tanto, como hay que mantener un excesivo número de plazas hay que impartir estas materias sean o no apropiadas para la formación del estudiante.

Y es una pena porque que se podrían hacer cosas innovadoras que promuevan una formación más rica, dúctil y complementaria favoreciendo, por ejemplo, que los estudiantes pudieran mejorar sus notas de acceso a la universidad si tuviesen certificados de idiomas o estudios de música. Pero claro, esto implicaría un giro copernicano en la acción educativa que colocase la formación integral del estudiante en el centro de todo el proceso, y no tanto ese pequeño cortijillo disciplinario en el que los profesores nos sentimos a salvo.

Así las cosas lo que todavía tenemos que mejorar es exactamente todo lo que se nos exigía: que el diseño y ejecución de los planes de estudio se adaptaran a las necesidades de la sociedad. Pero claro, como todo se ha tenido que hacer a coste cero, pues se ha recurrido a los recursos que ya había en la universidad. Así que el reto de Bolonia sigue vigente por cuanto aún tenemos que hacer unos planes de estudios priorizando lo que nos demanda la sociedad y no, como se ha hecho, desde la oferta académica que ya teníamos. No obstante, y pese a todo, creo que estamos en el buen camino.

3. ¿Qué efecto ha tenido el plan Bolonia sobre el profesorado? ¿Cómo ha sido la adaptación y qué aspectos de la docencia han tenido que cambiar?

Bolonia sí ha conseguido algo que es fundamental: ha despertado entre los profesores la conciencia de que también (y subrayo también) somos enseñantes. Esta afirmación puede parecer extraña pero, ciertamente, y por motivos para los cuales necesitaría alargar demasiado la respuesta, una gran parte de profesores universitarios se piensan a sí mismos más como investigadores e intelectuales que como docentes. Lógico por otra parte ya que en los concursos de méritos se nos evalúa por nuestra actividad de investigación y las publicaciones.

Esta circunstancia hace que la principal consecuencia de Bolonia resulte interesante por cuanto propicia que aquellos profesores más reflexivos lleguen incluso a cuestionarse el conocimiento que imparten. Me explico. Hasta ahora la universidad tenía como objetivo transmitir un conocimiento que, en líneas generales, se producía en laboratorios y despachos relacionados muy tangencialmente con el entorno social; es decir, era una actividad de corte fundamentalmente intelectual que producía, de manera bastante autónoma, explicaciones sobre cómo funcionaban o podían funcionar las cosas que conforman eso que llamamos mundo. Bolonia nos ha obligado a a los docentes a cuestionarnos nuestro propio quehacer en el aula en el sentido de que hemos tenido que reformular la noción de conocimiento con la que trabajábamos. Esto es, si bien debemos seguir investigando para aprender y mejorar el corpus teórico básico, hemos de considerar al estudiante como un receptor activo y entenderlo como la razón de nuestra existencia como universitarios. Bolonia ha hecho que el aprendizaje deje de ser “lo que tú consigues recordar de lo que yo te he contado”, para transformarse de manera dialógica (si me permites este término) en “lo que tú usas de lo que no olvidas del camino en el que yo te he acompañado”. Dicho de otra manera, el problema de lo que el estudiante ha aprendido al final de su paso por la universidad, no depende exclusivamente de su capacidad de recepción y comprensión sino, muy especialmente, de mi capacidad como docente para preocuparme por la manera en la que se apropia de lo que vamos produciendo. Planteado desde una perspectiva dialógica, el conocimiento que se genera en las aulas universitarias no son los saberes que el profesor trae al aula, sino lo que el estudiante usa de lo que hemos conseguido producir entre ambos, considerando las necesidades de la sociedad y los ideas que tenemos sobre cómo funcionan las cosas. La labor del docente deja de ser la de simple transmisor para convertirse en un agente contaminante que inocula el deseo de aprender y la curiosidad por saber más. Este es el principal cambio.

Claro está, esta nueva preocupación pedagógica obliga a modificar toda la metodología que veníamos empleando. Aunque el sistema actual de docencia se basa demasiado para mi gusto en las nuevas tecnologías, se está haciendo un gran esfuerzo por parte de las autoridades académicas, y son muy numerosos los cursos de formación y de reciclaje para profesores universitarios que se están impartiendo. En estos cursos se insiste una y otra vez que el mero uso de las nuevas tecnologías no es en sí ninguna mejora; el problema está en adaptar los materiales y, sobre todo, nuestras explicaciones al entorno Bolonia… todo un reto, vamos. Y en eso estamos; experimentando que es lo más atractivo del proceso porque… bueno, esa es parte de la función de la universidad, ¿no?

4. ¿Cómo se plantea el futuro de este sistema a medio- largo plazo en nuestro país?

Me temo que aquí soy menos optimista. Si no logramos un acuerdo de estado sobre todo el proceso educativo, e insisto, “sobre todo el proceso educativo” del que participen la sociedad civil y los partidos políticos, todo el esfuerzo que supone Bolonia no servirá para nada. Si queremos lograr que España sea una economía productiva basada en la generación de conocimiento competitivo a nivel planetario es imprescindible consensuar un gran acuerdo sobre educación: pero creo que el empecinamiento ideológico de ciertos sectores de la sociedad española no augura ninguna salida. Sinceramente creo que si seguimos así nadie, salvo los puedan invertir en educación privada, ganará nada.

Porque sin duda, y derivado del enfrentamiento ideológico, la financiación del sistema público de educación es el primer escollo: ¿estamos dispuestos a financiar una universidad pública que, empezando por los míos, solo ha arrojado resultados bastante mediocres para convertirla en un puntal de la futura economía nacional sostenible? Me temo que la respuesta solo se pueda contestar con un monosílabo.

Porque si no hay dinero para corregir la sobredimensión de la universidad, y si tampoco estamos dispuestos a admitir que la creciente oferta educativa de grados y másteres pudiera reubicarse en otros niveles educativos (quizás muchas profesiones no necesiten un título universitario para su ejercicio), y si el juego de intereses no permite que cambien las estructuras académicas del siglo pasado, Bolonia solo será otra oportunidad perdida.

©/2 es el símbolo de la Ley de compartición de la propiedad intelectual que establece en su artículo primero y único que: «La producción intelectual nace con el propósito de ser compartida y, en consecuencia, puede ser reproducida por cualquier medio siempre que el usufructuario asegure la correcta utilización de la misma, no la comercialice, y mencione su procedencia y autoría».